jueves, 5 de abril de 2012

SIGLO XX CAMBALACHE

                                              SIGLO XX  CAMBALACHE

Hasta desembocar en la crisis que está devastando la economía mundial y a pesar de que hubo varias graves crisis anteriores, los economistas, esa especie que cree en los números y defiende los resultados de su manipulación con la misma fe con que los cristianos primitivos se entregaban a las fieras, nos han asegurado que el crecimiento económico no solo es la divisa suprema que debe defenderse a toda costa, sino también el panacea que habría de resolver los problemas de todo orden que afligen a la humanidad. A estas alturas es obvio que, bien están absolutamente equivocados y ciegos para reconocer su error, o bien nos cuentan la mitad de la verdad y la otra mitad nos la ocultan porque sirven a intereses muy poderosos que los tiene de amanuenses dispuestos a saturarnos de información sesgada, mientras sus empleadores se llenan los bolsillos con nuestros despojos. Cabe recordar las innumerables veces que tuvimos que escuchar la premisa encerrada en el significado que le dan los chinos a la palabra crisis: "PELIGRO Y OPORTUNIDAD". Ese significado, importado del lejano oriente, les sirvió a los taumaturgos de turno como instrumento para intentar convencernos de que, tras la catástrofe del 2001, el hambre venía acompañada de la oportunidad de transformar nuestra vida y que solo era una cuestión de tiempo y esfuerzo el lograrlo. Claro que el tiempo y el hambre no se llevan bien y algunos, bastantes, pasado un tiempo, murieron de hambre. Veamos esa mitad de la verdad, el crecimiento económico.
La consolidación del modelo de acumulación capitalista en los países europeos, Asia y los Estados Unidos no fue acompañada de una distribución equitativa del ingreso. En todos los casos el 90 por ciento de la riqueza está en manos del l0 por ciento de la población, independientemente del monto global del producto. Mucho más graves aun son las consecuencias de esa distribución desigual en los países en vías de desarrollo en términos de pobreza y marginación. En los países de mayor desarrollo relativo, fórmulas  transaccionales para fijar salario mínimo y jubilaciones, fortaleza de los sindicatos, política de impuestos y el control democrático de la gestión del gobierno en  educación, salud, vivienda, estímulos fiscales, empleo, innovación y ciencia y tecnología dieron por resultado lo que en Europa se llamó estado de bienestar.

Como no podría ser de otra manera, ese esquema pudo sostenerse hasta que el valor real del trabajo, y su reflejo en el crédito, fue sustituido por el valor virtual del dinero, estirado como goma de mascar y convertido en derivados financieros, pingüe negocio de los sistemas bancarios que desembocó en una especulación desenfrenada y concluyó en la formación de gigantescas burbujas que terminaron estallando,  como corresponde a un globo inflado al máximo tocado por la punta de un alfiler. Sin embargo, el crecimiento económico basado en la expansión financiera continuó siendo el  instrumento elegido por los gobiernos de los países centrales. Pero el mundo no termina ni en Europa ni en los Estados Unidos ni en el resto de los países de mayor desarrollo del planeta. La cuestión central, en todo caso, es poner en foco la diferencia sustancial entre desarrollo y crecimiento y como debe medirse el destino de las ganancias que arroja la actividad productiva. Puede haber un marcado crecimiento económico reflejado en las utilidades de las grandes empresas, en el aumento de las exportaciones, en la acumulación de divisas, pero si ese flujo no se distribuye equitativamente, no se refleja en el aumento del bienestar social, en la eliminación sostenida de la marginalidad y pobreza de amplios sectores de la población, entonces no asistimos a un proceso orgánico de desarrollo, sino al mero crecimiento de las utilidades de las grandes corporaciones. Es necesario emprender obras de infraestructura financiadas por el estado con el objeto de sostener un alto nivel de empleo y de demanda para mejorar el nivel de vida de la población como  motor fundamental  del desarrollo.
 La brutal crisis en curso en las economías llamadas avanzadas ilustra sobre debilidades y asechanzas del uso de artificios que transitoriamente sustituyen la realidad y  concluyen en un estallido. El peligro mayor consiste quizás en que el estado, en manos de un gobierno corrupto o inoperante, o ambos,  disimule las torpesas, carencias y corruptelas mediante el endeudamiento externo, el ingreso de capitales golondrina y la emisión inflacionaria de medios de pago, en lugar de usar todos los instrumentos disponibles para dar sustentación a un verdadero desarrollo económico y social , como por ejemplo una profunda reforma del sistema impositivo y un manejo trnasparente de los dineros públicos.
PENSAMIENTO FUGAZ SOBRE LA GUERRA

Pedazos de plomo  surcan silbantes el aire hasta que encuentran un trozo de carne que los detiene. Convertidos en destino ahí se quedan, aun ardientes, hundidos en la carne, indiferentes a los estremecimientos postreros de la carne. Carne  de cañón.

ALGO MAS SOBRE LA DIGNIDAD

La dignidad es un valor rígido. No se adelgaza ni se estira. Es irreducible. Sin embargo, el pensamiento relativista dominante en esta modernidad "líquida", como la define Bauman, pretende trasmutar su significado y hacerle perder su condición de inmutabilidad.
Dice Hernández en el "Martín Fierro": "si la vergüenza se pierde, jamás se vuelve a encontrar". La noción de vergüenza en el sentido que Hernández la emplea en nuestro gran poema épico es perfectamente asimilable al concepto de dignidad. André Malraux, ese gran testigo de nuestra época, pone en boca de uno de sus personajes una definición categórica: "la dignidad es lo contrario de la humillación". Solo para abundar y fijar ideas, la dignidad sería la vergüenza que impide al ser humano en su mejor expresión avenirse a cualquier forma de sometimiento. Sobre todo al de los apetitos menores.
 Pero no es necesario acudir a Bauman. En 1926, en uno de sus libros más conocidos, Ortega afirmaba: "En un balance diagnóstico de nuestra vida pública, los factores adversos superan en mucho los favorables, si el cálculo se hace no tanto pensando en el presente como en lo que anuncian y prometen…" Y agrega: "todo el crecimiento de posibilidades concretas que ha experimentado la vida corre el riesgo de anularse a si mismo al topar con el pavoroso problema sobrevenido en el destino europeo y que de nuevo formulo: se ha apoderado de la dirección del mundo un tipo de hombre a quien no le interesan los principios de la civilización. No los de esta o los de aquella, sino -- a lo que puede juzgarse-- los de ninguna. Le interesan, evidentemente, los anestésicos, los automóviles y algunas cosas más. Pero esto confirma su radical desinteres por la  civilización.

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